No Walls, No Limits by Héctor

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Foto: Natalia Romero

Mi último regalo oficial de Reyes fue cuando tenía 11 años, eso porque estaba con unos primos más pequeños, y aunque dos años antes ya no me llegaban, pues la presión de ellos hicieron que pidiera un último regalo.

Parecía una fiebre, todos pedimos lo mismo, unos patines, y aunque no soy torpe, la verdad es que no sé patinar, los usé 3 veces, la primera, donde me dí cuenta que era complicado, la segunda fue cuando quise aprender, lo cual fue en vano, y la última, cuando quise ver si aún me quedaban, por desgracia ya no.

Creo que la tradición aunque está arraigada ya no es como antes, un poco por la crisis (de hecho este año se afirma que bajaron entre un 30 y 50% las ventas), otro porque el consumismo y los medios se lanzan, desde mi punto de vista, en su mayoría hacia Santa. Mi hermana de 5 años hace unos días dijo que Santa era de verdad y los Reyes eran sólo hombres disfrazados, porqué lo dijo, no lo sé.

Parece que al pueblo mexicano le atrae más los Reyes por el simbolismo religioso, aunque la verdad es que son menos populares, los niños los conocen, pero me atrevo a decir que Santa es el preferido.

A mis veintitantos, eso de los Reyes sigue siendo algo lejano, algo que no sé hasta cuando dure, pero que sin duda me hace ver lo lejos que estoy de la infancia, de esa niñez donde muchas cosas eran tan diferentes.

¿A ustedes les traen recuerdos estos días, los REyes aún les dejan algo, prefieren juguetes o ropa?

Me dan ganas de hacer mi carta, tal vez la haga, tal vez la ponga en mi árbol y se me haga la buena. Parece que no sólo a mí me pasa, aquí un blogguero también hizo la suya en Carta a los Reyes Magos

Otro, como todos, en Mirando mi mundo afirma que los reyes se pueden enfadar si no cumplimos lo que prometemos, yo por eso, cumpliré lo de mi ida al gimnasio y lo de trabajar mejor para poder aspirar a mejores cosas.

BUeno me voy a dormir, porque no vaya a ser que no se acerquen por aquí.

Sea uno u otros, todos tienen su historia y sus seguidores, tú, de ¿cuál bando estás?

Uno es gordito, con mejillas rosadas, traje rojo, se mete por las chimeneas, trae regalos a los niños que se portan bien, usa trineo, tiene un reno con nariz roja que brilla, vive en el Polo Norte y siempre rie ¡jojojo! Los otros son tres, magos, reyes, conocidos en todo el mundo por darle regalos a Jesús y andan en un camello, caballo y un elefante.

El primero es Santa Claus; los otros, Melchor, Gaspar y Baltasar. Año con año tienen algunas disputas: ¿Quién es el preferido?, ¿a quién le piden los regalos más bonitos? y ¿con quiénes prefieren los niños tomarse la foto del recuerdo?

En lo que concierne a México, parece que los preferidos son los Tres Reyes Magos; tal vez una de las razones es que somos un país mayoritariamente católico y al saber que estos personajes tienen relación directa con el nacimiento del niño Jesús, pues les otorga un nivel más mítico y religioso.

Por otro lado, está el bonachón de Santa; aunque no podemos negar que su imagen es más explotada por los medios y la publicidad, parece tener una imagen más atractiva y dulce, además de que está mas cercano a la Noche Buena.

Hablemos un poco de la historia de cada uno, pues no todo viene de Estados Unidos, ni es tan malo como parece. Comencemos con Santa.

Su nombre ha ido cambiando con el tiempo y es conocido en diversos lugares también como Papá Noel o San Nicolás. La inspiración de este personaje surgió gracias a un obispo cristiano llamado Nicolás de Bari que vivió en el siglo IV en Turquía.

Se cuenta que era una persona que logró milagros, que era muy bondadoso y que se convirtió en santo. Entre las cosas que se le atribuyen se encuentra el salvar vidas. «Noël» es Navidad en francés y su relación con ella y los regalos viene de Roma, donde se realizaban fiestas a mediados de diciembre y los niños recibían regalos de los mayores.

Debido a tradiciones de diversas partes del mundo donde se veneraban a ciertas personas o se daban regalos por alguna cuestión, San Nicolás fue desplazando a todos; se cree que cuando los inmigrantes holandeses fundaron Nueva Ámsterdam, hoy Nueva York, llevaron consigo costumbres, entre ellas el de Sinterklaas, su patrono. De ahí, un escritor hizo una sátira por 1809 y deformó la pronunciación a Santa Claus. Siguió su transformación hasta que, en 1863, adquirió la actual fisonomía que parece perdió toda relación con el original San Nicolás de Bari, el obispo.

Santa se fue extendiendo por el mundo y se fusionó con personajes ya establecidos. Incluso se dice que la empresa refresquera más grande del mundo ha tenido mucho que ver con el personaje, pues fue causante de que se hiciera más humano y real. Sin embargo, esto es más una leyenda urbana, pues también se dice que Santa es rojo por los spots que se hicieron del refresco por allá de 1931.

Hoy, es un señor que le trae regalos en su trineo a los niños que se portan bien y los deja en los árboles de navidad. Usa polvos para entrar por las chimeneas y si alguien se porta mal, les deja carbón.

Por su parte, los Reyes Magos son conocidos también como Magos de Oriente; su origen es cristiano, su título de magos no es como el que se conoce ahora, sino que se les daba a las castas sacerdotales y ganaron reputación por la astrología.

La primera aparición es la que se menciona en la religión; se dice que cuando Jesús nació, llevaron oro, incienso y mirra, aunque en la Biblia no se menciona que fueron tres y mucho menos que eran reyes y magos. Sin embargo, otras tradiciones les pusieron nombres, Melchor, Gaspar y Baltasar, y finalmente les dieron nacionalidad, son de África, Europa y Asia.

La tradición también se extendió, haciéndose costumbre hacer regalos a los niños la noche del 5 de enero. Los niños escriben una carta que ahora mandan en un globo. Siguiendo la tradición de la comercialización de Santa, ellos también están presentes en los centros comerciales y tiendas de regalos.

Aunada a toda la parafernalia de los regalos, existe la llamada Rosca de Reyes, que marca el fin de la temporada navideña.

Muchos padres tienden a decirle no a Santa, porque no es mexicano, lo cierto es que los Reyes Magos tampoco lo son.

Traumante o no, saber que el viejito “ése” no existe es una de las cosas que nos hace darnos cuenta de que empezamos a dejar de ser niños, de que la inocencia comienza a perderse y de que no habrá más regalos.

La cara de un niño recibiendo un regalo es simplemente incomparable; ellos tienen esa virtud: Decir o hacer lo que les nace, de enojarse si así lo siente, gritar si tiene ganas, reírse aunque los regañen por ruidosos.

Pocas veces hay oportunidades para recibir regalos, además del día de cumpleaños, el obligado es el Día de Reyes y, por supuesto, cuando llega Santa. Todos los que creímos, sabemos que esa noche, después de la cena navideña, no queremos dormirnos: El viejito barbado está por llegar, así que no falta el que se porta de lo mejor, no vaya a ser que lo vean y si hace alguna «travesura» se arrepienta de dejar los regalos. Hacemos lo posible por no cerrar los ojos, aunque el sueño termina venciéndonos, claro, éL usa sus poderes o polvos mágicos para que eso suceda.

Sin duda, «el mito» de Santa es muestra de que estamos creciendo, se convierte en uno de los indicativos de que la inocencia va desapareciendo. Cuando descubrimos que Santa, el gordito del Polo Norte que vemos en miles de películas, posters, en el Monumento a la Revolución multiplicado, en las plazas comerciales, ¡no existe!, nos respondemos a las preguntas que siempre nos hicimos.

¿Por qué nunca lo veo? ¿Cómo entra si no tengo chimenea? ¿Por qué no le trae regalos a los niños pobres? ¿Por qué si me porto mal me trae cosas? O, por el contrario, ¿me he portado tan bien y sólo me trajo la mitad de lo que pedí? ¿Cómo le hace para entregar tantos regalos a todos los niños del mundo? Todas las dudas se despejan.

El punto es el cómo nos enteramos. Me consta, porque así lo he vivido, que muchos se hacen los que no saben y no falta el «vivillo» que se encarga de decirles a todos que «Santa son tus papás». Entonces, esa noticia se convierte en una tragedia. De inmediato buscamos la respuesta en nuestros padres, quienes, si lo creen oportuno, lo confirman y si no nos recetan respuestas como: «¡Qué le crees a ese niño!», «a ver de dónde voy a comprar yo eso», «seguro él es malo y Santa no le trae nada». Cierto o no, la duda se queda.

Tenía 7 años, nací en diciembre y los tenía recién cumplidos. Esa Navidad del 92 fue de las más duras: tres pérdidas familiares mermaban los ánimos, hice la carta como todos los años, siempre quise un carro de control remoto, se lo pedí a mi padre, a Santa, a todo mundo, pero justo ese regalo no llegaba.

Estaba en la Ciudad de México, aquí pasé esa Navidad, pues no soy de aquí, me preocupaba un poco, pues que tal que Santa no me dejaba nada; estaba en casa de mis primos, un poco más chicos que yo, todo transcurría normal, después de la cena me fui a dormir. Algo debió pasar, al otro día no había más que un regalo y una bota de dulces, era un muñeco, muy feo por cierto.

Seguro hice berrinche, no lo recuerdo. Jamás jugué con el regalo, sólo me comí los dulces, pensaba que, en efecto, en mi casa estaban los regalos «buenos» o, por el contrario, que era cierto lo que me habían dicho en la escuela.

En primaria supe, o mejor dicho, me llegó el rumor de que Santa no existía, ¡vaya noticia! No hacíamos otra cosa que debatir en el salón si eso era verdad, la maestra nos dijo que el niño chismoso mentía, ¡uff! Creo que la mayoría nos tranquilizamos, aunque no dudé en preguntar, la respuesta fue la misma.

Sin embargo, como dice el dicho, «si el río suena es porque agua lleva»… Decidí esperar a los Reyes Magos, después de todo, mi padre siempre decía que Santa no era muy bueno, pero los Reyes sí. Y sin duda, esos tres hombres me trajeron juguetes más divertidos. No fue sino hasta el siguiente diciembre que tuvieron que decirme la verdad.

Al tener 8 años, muy grande para los regalos, y siendo un poco más despierto y observador, noté cómo había regalos por todos lados, ¿por qué los venden si Santa los fabrica?, ¿por qué la gente trae bolsas negras? La vecina guardaba los regalos de Santa en la casa de mis tíos, si ese día no me hubiera dicho que les dijera que iba a guardar sus regalos, seguro un año más hubiera seguido en la feliz ignorancia. Fue imposible, pregunté y la respuesta fue «Sí, Santa y los Reyes, somos nosotros». Me explicaron y yo no lo podía creer, con todo y que era tan lógico, había crecido; sin embargo, ese año llegó el carro de control remoto que valió el no decirles a los más pequeños lo que yo sabía.

Después de todo no fue tan cruel. Ahora con muchos más años, creo que es complicado no caer en esas ondas consumistas, hay tantas cosas por las que los niños no pueden evitar sentirse atraídos, es que la inocencia es parte de ellos, y ¿por qué no conservarla aunque sea de esa manera? Ya los grandes se las ven negras con sus vidas y ocupaciones de «adultos».

Ahora tengo una hermana de cinco años, fan de Santa, a los Reyes los conoce, pero a Santa lo respeta; es al que ve en todos lados, es con el que le gusta tomarse la foto, además está viejito como su abuelito, es al que le pide los regalos más bonitos y, de una u otra forma, es el más cercano a la Navidad.

Traumante o divertida, ¿recuerdas cómo fue la vez que dejaste de creer en Santa?


ÉSTE ES HÉCTOR LEDEZMA…CONÓCEME

Twitter: @natheleo

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Periodista y comunicólogo, editor, amante del tenis, de la vida, de la sexualidad como parte inherente al ser humano.

Comencé mi carrera en El Universal, en el sitio para jóvenes tva.com.mx, posteriormente llamado De10.mx donde fui redactor de sexualidad, además de reportero.

Coeditor en el sitio hiperlocal El Universal Del Valle, y en El Universal Estado de México.

Actualmente columnista de sexualidad y editor en el Semanario Hoy Valle de México del Estado de México.

Me gusta el teatro, el cine, la televisión, los espectáculos en general, por ello soy bloguero en Del Cielo a la Tierra

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